domingo, 12 de mayo de 2013

Nos enseñaron a perseguir el éxito



Nos enseñaron a tener éxito, a perseguirlo, a domarlo... Pero no nos enseñaron a compartirlo, a disfrutarlo...

Nos enseñaron a perseguir.

Y en esas andamos, fijos, inmutables, con la mirada atenta a que suceda todo aquello. Ajenos a lo que vibra cercano. 


Y así vivimos, persiguiendo al éxito... Como si su naturelaza fuera esquiva, como si el corazón de tal empresa estuviese hecho del material impalpable del que están hechas las nubes.

Inalcanzable, corriendo cada vez más rápido, alargando cada vez más las manos, sin importar si hay un corazón latiendo detrás. Velocistas, sin mediar la voracidad de nuestras zancadas ni la huella que en camino se va dibujando.

Nos enseñaron perseguir el éxito. Como si su naturaleza fuese esquiva. Como si tal hazaña fuese similar a la de coger aire con las manos. Y nosotros, hambrientos como un lobo previo al ataque de su presa, miramos la semilla y cantamos en imperativo “¡Crece! ¡Crece, maldita semilla! ¡Crece ya!

Pero no es lo mismo crecer que hacerse grande.

Crecer es bailar una danza sincrónica, es la historia de amor de un punto que se hizo estrella.

Crecer es sentir que el mundo te abraza, te acoge. Crecer es ser capaz de dar. 


Y engrandecerse, es sólo una apariencia, una infantil manera del decirse presente, de convencerse absoluto. Pero es sólo eso. Una mueca desfigurada y gorda que presume ser lo que no es, y que lo hace quizás para dejar de oir los gritos hirientes de su asustado amo.

Y en eso andamos, sentados en la orilla de la vida, mirando la tez cristalina del agua que transita frente a nosotros como un manto y cuya belleza nada parece contarnos. No nos basta con ver le belleza, necesitamos conversarla, tenerla. 



El río, la vida... solo parece tener sentido si lanzamos un anzuelo y de él algo sacamos.

Porque nos enseñaron a perseguir el éxito, a buscarlo. Y en eso nos pasamos la vida: buscándolo, buscándolo...

Como quien busca obsesionado la fotocopia del amor que su cabeza le dice que es amor, mientras mil bocas disponibles brotan a su vera. 


Y así estamos sentados frente a la orilla de la vida, sentados frente a un río del que parece que sólo es útil si de él algo saco a cambio. Como el pescador que lanza su anzuelo añorando una recompensa detrás. 


Pero cada vez que lanzamos un anzuelo a ese rio
un amigo se desvance,
hay una semilla que no crece
por miedo a morirse de frío

Cada vez que lanzamos un anzuelo a ese río
un amanecer pierde su trazo
un hijo llora un abrazo
un amor queda vacío

Cada vez que lanzamos un anzuelo a ese río
los ojos se hacen más pequeños
pues solo buscan allá en lo lejos
caminos que le llenen de gloria

Y vive al final siempre buscando
siempre el anhelo en su rutina
siempre el quijote soñando

Y quizás comprenda algún día
que la flor de la vida
no se grita, ni se obliga
no se busca, ni se descuida

Pues el mayor éxito en la vida
que dejar de buscarlo.